(The incredible shrinking man)
Año: 1957
Nacionalidad: USA
Dirección: Jack Arnold
Guión: Richard Matheson, basado en su novela
Intérpretes: Grant Williams, Randy Stuart, April Kent, Paul Langton, Raymond Bailey
Formato: DVD
Sinopsis: Robert Scott Carey, un ciudadano común de vacaciones en un yate, se ve de pronto expuesto a una misteriosa bruma, que más tarde hará que comience a achicarse su cuerpo hasta casi lo infinitesimal. Luchando por sobrevivir, Scott se enfrenta ahora a inusuales peligros domésticos, como gatos y arañas.
Recomendación: Hubo varias buenas películas de ciencia ficción en
Por mucho tiempo fui reacio a ver esta película, quizás por esa rebeldía tonta de no ver lo que es “obligatorio” ver. Además, no me seducía mucho la idea de un tipo peleando con un gato o una araña gigantes, empuñando un alfiler, y la verdad que las otras películas de Arnold que había visto (El monstruo de la laguna negra, El regreso del monstruo, Tarántula, Llegaron de otro mundo) me habían parecido films mediocres y sobrevalorados. Me alegra infinitamente haber decidido desobedecer por un rato mis prejuicios, porque me encontré con una de las grandes obras de ciencia ficción de todos los tiempos.
Si, Arnold dirige con pulso firme y ritmo impecable, pero Matheson está detrás de todo, para que lo vamos a negar. El tema de lo relativo es un inciso importante en sus libros y guiones, ahí está Soy leyenda para probarlo, donde los roles de monstruo y víctima se cambian por una modificación de las proporciones numéricas de ambos bandos, no por un cambio en sus naturalezas: Melville, el último hombre de
En el film que nos ocupa, Carey, el protagonista, acompaña su empequeñecimiento con un progresivo desapego a todas las supuestas “bondades” de la sociedad: su matrimonio, su casa, sus pertenencias, su trabajo, todas las cosas que la sociedad moderna nos hace creer que son parte de nosotros o nos representan, se revelan de pronto ajenas al héroe, quien comienza allí una etapa más “primitiva”, no en el sentido de retroceso, sino de vuelta al origen: luchar por su vida con una bestia para obtener su alimento y conquistar ese Nuevo Mundo que es el sótano de su antigua casa.
El final es de los más ambiguos e interesantes que he visto en mi vida: una reflexión liberadora y un trance místico que parecían imposibles en ese período del género sacuden al espectador, que ha estado más de una hora acompañando las desventuras de Carey, comprometido con su cuerpo, su materia, incluso especulando con su posible vuelta a la ansiada normalidad. Carey, extasiado, se acepta a sí mismo como hombre, y comprende que su existencia continúa, que su Dios sigue estando ahí, percibiéndolo. Abandona los parámetros de la materia y se entrega a la espiritualidad, en el umbral de un mundo infinitesimal y desconocido. La ciencia ficción debió esperar décadas para volver a encontrar en sus obras esta profundidad.
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